La hiperestructura que nos
quema.
Rainer Hauser.
“El Caos Climático es asunto
de todos”. Pantalla LED, Peiping, 2015.
En general cuando hablamos de
internet, hablamos de su velocidad, de su capacidad de comunicar contenidos a
través del globo, de la inmediatez, de las virtudes del hipertexto. Habiendo
hace una decena de años dejado atrás la etapa "romántica" de la
colaboración en línea para crear contenidos colectivos (para lo cual fue
creada: Tim Berners-Lee), nos preocupan ahora los contenidos sociales y
políticos de una sociedad, donde las personas han perdido la capacidad de
relacionarse entre sí, de la dependencia y la adicción, así como -en verdad,
mucho menos-, las condiciones de control político que genera y de sus muy
severas consecuencias, en el funcionamiento de lo que habíamos entendido como
democracia representativa, al transitar insensiblemente, desde la esfera del
mercado neoliberal, al del manejo político de las mentes, lo que algunos hemos dado
en llamar neuroliberalismo.
Mucho menos nos hemos ocupado de
su conexión intrínseca con el Caos Climático, siguiendo con una nada extraña
conducta ideológica dominante, de ignorar las raíces. Consideraremos esa
perspectiva, en el contexto de utilización exponencial de las video
conferencias a lo cual hemos debido recurrir, cuando el desplazarse es una
amenaza.
Aproximadamente, ahora, la mitad
de la población mundial está viviendo encerrada (cierto, más o menos la misma
cantidad no tienen acceso al agua, pero sigamos...). No todos pueden permanecer
en casa, -principalmente quienes no la tienen-, además, millones de personas de
la clase trabajadora, arriesgan sus vidas (y las de los demás…), cada día, para
ser enfermeras, empleados de supermercado y otros trabajos de los que depende
la supervivencia de todos. Y ésos aún, son quienes tienen trabajos “formales”.
Pero convengamos que, a nivel mundial, y entre quienes podemos leer estas
letras, una parte sustantiva de la humanidad se queda en casa, provocando un
fuerte aumento en el uso de Internet.
Internet ya está profundamente
integrada en los ritmos diarios de la vida en gran parte del mundo. Sin embargo,
bajo la presión de la pandemia, se ha convertido en algo más: el lugar donde,
para muchos, se vive la vida. Es donde se pasa tiempo con la familia y los
amigos, se va a clases, se asiste a conciertos y servicios religiosos, se
compran comidas y comestibles. Es una fuente de sustento, cultura, e
interacción social y política. Para los que pueden trabajar desde casa, también
es una fuente de ingresos. El aislamiento es una práctica antigua y
probablemente, una fuerte tendencia de nuestra civilización. El aislamiento
conectado, una paradoja de la época.
Atrapada en el interior de sus
casas, la gente pasa más tiempo en línea. A consecuencia de ello, las
velocidades de Internet han sufrido caídas que en promedio bordean el 50% en
China, Corea, en toda Europa y los Estados Unidos. Los pedidos de servicios a
domicilio, han dado lugar a picos de tráfico (así como incrementado la fortuna
de Bezzos y Zuckerberg, en US$ 60 mil millones, entre el 15 de marzo y 15 de
mayo, los pobres…). En Italia, que tiene una de las tasas de mortalidad por
coronavirus más altas del mundo, el uso de Internet en el hogar ha aumentado en
un 90%.
Diríamos que cualquier cosa que
pudiera ayudar a las personas, a soportar largos períodos de aislamiento es
útil para contener el virus y en este sentido, Internet sería una bendición, si
estuviera distribuida de forma igualitaria. De hecho, la pandemia está poniendo
de relieve, las desigualdades (que al cabo son de clase), tanto dentro de los
países, como entre ellos. Desde luego, esto también se constata en lo que
respecta la conectividad, subrayando por qué, el acceso a Internet debe
considerarse un derecho humano básico. Y en este aspecto, como en otras áreas,
nos damos cuenta -aunque de tanto ejercicio neoliberal ya ni se nos ocurra-,
que debiera haber una internet del estado.
Un mundo en el que Internet, tal
y como está organizado actualmente, se convierte en algo aún más importante y fundamental
para nuestras vidas, será también un mundo en el que las empresas tecnológicas
ejercerán más influencia sobre nuestras vidas -y si no concebimos formas de
protegernos-, mayor control. Las comunicaciones de todo tipo, adquirirán nuevo
significado. Y como esto se ha dicho hasta la saciedad, diremos la parte que no
falta y que rara vez se menciona. En cualquier escenario de continuación, también
hemos de considerar que será un mundo en el que la vida misma, de todo tipo, será
más difícil de reproducir, ya que el impacto climático de una Internet que
crece como la vemos, acelera el actual colapso de la biosfera, al contribuir
sustantivamente al aumento de la temperatura terrestre, ya que su energía
proviene de fuentes carboníferas, agregando más C02 en la atmósfera, que lo que
esperábamos con el carbón.
Es conveniente señalarlo, -mientras
jugamos a que todo es igual a como aprendimos a decirlo-, que estamos en un
escenario de recalentamiento global, que no se había tenido en cuenta, cuando
en octubre de 2018, al entregar el estudio de los efectos de un aumento de
temperatura de 1,5°C sobre los períodos preindustriales (IPCC, SR15) el
Secretario General Guterres, nos advirtió que teníamos 12 años para revertir un
alza catastrófica e irreversible de la temperatura.
Hoy ya solo nos quedarían 10 años
(o 100 segundos, según la Sociedad de
Científicos Atómicos…) y parecería que hemos recibido la información al
revés, porque las inversiones en HCF son mayores y la derogación de las leyes
de protección ambientales, son en USA, Brasil o Chile casi iguales, habiendo
sido el 2019 el año más caliente del que se tenga registro, los deshielos de la
criósfera los más grandes, el gasto en armamentos el mayor. Junto a ello, hay
que decirlo, es enorme la inconsciencia de nuestras instituciones políticas de
todo tipo, que ponerse en peligro la democracia, creando una situación mucho más
que preocupante y que sólo aumenta la velocidad del desastre anunciado, del que
esta pandemia es por cierto una difícil y significativa muestra.
El ciberespacio.
Internet es, más o menos, una
colección de máquinas que se comunican entre sí. Estas máquinas/dispositivos, pueden
ser grandes o pequeños, enormes servidores o teléfonos inteligentes, células y
cada vez más organismos vivos o parte de éstos. Todos conectados y cada vez
más. Las proyecciones indican que en un par de años, habrá treinta mil millones
de aparatos conectados y con el internet de las cosas y 5G, no habrá espacio
que no esté atravesado por ondas electromagnéticas. Pero ese es aún otro tema.
Estas máquinas conectadas,
contribuyen al Caos Climático de cuatro maneras principales. En primer lugar,
están hechas de metales y minerales que se extraen y refinan con grandes
aportes de energía generada a partir de la quema de combustibles fósiles. En
segundo lugar, su ensamblaje y fabricación es igualmente intensivo en energía
y, por lo tanto, también en carbono. Después de que se fabrican las máquinas,
hay que mantenerlas en funcionamiento (que son básicamente las observaciones de
esta nota), lo que también consume energía y emite CO2. Finalmente, se requiere
también energía para reciclarlas o desecharlas, que, en el caso de la energía
atómica, no es posible…
La cantidad de energía consumida
por estas actividades es inmensa, y gran parte de ella proviene del carbón y el
gas natural. Los centros de datos actualmente, requieren 200 horas de
Teravatios (TW) por año. Anotemos que un
TW, es una cantidad de potencia equivalente a un billón de vatios (1.000.000.000.000
vatios). Como el consumo de energía, equivale a los Gases Efecto Invernadero
(GEI) que se arrojan en la atmósfera, ello es como las emisiones de un país
como Arabia Saudita o Corea (séptimo y octavos mayores emisores del globo). En
2030, se predice que el número crecerá 4 o 5 veces. Esto es, que “la nube”
estaría a la par con el gasto energético de Japón, el cuarto mayor consumidor
de energía del planeta, algo así como el 7% del total global. Sin embargo,
estas predicciones fueron hechas antes de la pandemia, y si las tendencias al
teletrabajo, tele escuela y tele política continuaran, en diez años, estaríamos
emitiendo tantos GEI por mantener nuestras relaciones on line, como la India,
el tercer mayor consumidor de energía del mundo.
Desde luego, esta no es una
visión sistémica completa, que vinculara todas las instancias. En COP25 en
Madrid, hemos sabido por los Atacameños allí presentes, que para extraer el
litio que requiere la fabricación de celulares, por ejemplo, se consumen 141
lts/sg que se extraen del salar de Atacama, dejando a los pueblos que allí
habitan, sin agua y sin que esto sea en verdad considerado por nuestros
sistemas “legales”, porque ya sabemos, lo que defienden es el negocio, el
mercado, el capital y la economía, y no los derechos humanos, ni la vida.
Muy recientemente, han empezado a
discutirse en Chile, con ocasión de la próxima instalación de uno de estos
centros de datos de Google en RM, las cantidades de agua que estos centros
“inteligentes” requerirían, afectando -particularmente en tiempos de sequía-,
la capacidad de los acuíferos y de dar agua a la población.
Dada la amplitud y complejidad de
este cuadro, es casi imposible cartografiar con precisión toda la huella de
carbono de Internet. Así que vamos a considerar una sola porción: la nube. Si
Internet es una colección de máquinas que hablan entre sí, la nube es el
subconjunto de máquinas que hacen la mayor parte de la conversación, es decir, “la
nube”, reposa sobre miles de edificios con clima controlado -"centros de
datos"-, llenos de servidores. Estos servidores suministran el
almacenamiento y realizan la computación para el software que se ejecuta en
Internet, son el hardware que permite el funcionamiento del software, lo que
está detrás de las reuniones de Zoom, los conciertos de Twitch, las entregas de
Instacart, los ataques de drones, los intercambios financieros, y un sinnúmero
de otras actividades, organizadas algorítmicamente.
En una conferencia en el año 2014,
el sociólogo francés Bruno Latour,
lo dijo más simple: el consumo de energía que requiere “the cloud”, sólo para
enfriar los centros de datos, es el equivalente a unas 30 centrales nucleares.
Desde luego, como en las estimaciones anteriores, ello no tomaba en cuenta el
salto exponencial de uso que ha generado la pandemia.
Desde luego, se podría hacer que
la nube funcionara con energía renovable. Esto no descarbonizaría totalmente
los centros de datos, dados los costos de carbono y las otras cadenas de
relaciones que hemos mencionado, asociadas a la construcción de los servidores
dentro de ellos, pero sí reduciría su impacto. Si se nos permite la metonimia,
sería como el Acuerdo de Paris, cuando se hizo, fue insuficiente, como no se ha
llevado a cabo, no podemos olvidarlo.
Democracia deliberativa.
La aparentemente próxima
avalancha de 5G, nos pone ciertamente, en peligro mayor a nosotros las
hormigas. Ya que su implementación contribuirá grandemente al caos climático, y
será la nueva dimensión en la cual nos encontraremos. Y ésta es sólo e
inevitablemente una de mayor explotación (alienación) del trabajador. Como dijo
el otro, “cada avance de la tecnología, significa mayor explotación del
trabajador” (K.Marx). Nuestras prácticas han estimulado el hambre de datos, y
el manejo de Big Data, que es el mayor impulsor de la digitalización de todo.
Las empresas y los gobiernos adquieren la mayor cantidad de datos posible,
porque esos datos, generan valiosos patrones de control. Puede decirles a quién
despedir, a quién arrestar, cuándo realizar el mantenimiento de una máquina,
cómo promocionar un nuevo producto o incidir en las democráticas elecciones.
Incluso podría ayudarles a crear nuevos tipos de servicios, como programas de
reconocimiento facial o robots de chat de servicio al cliente. Una de las
mejores maneras de obtener más datos es colocar pequeñas computadoras
conectadas en todas partes, en hogares y tiendas y oficinas y fábricas y
hospitales y automóviles. Aparte de la energía necesaria para fabricar y
mantener esos dispositivos, los datos que produzcan vivirán en la nube de alto
consumo de carbono.
Un buen lugar para comenzar
cuando contemplamos la posibilidad de frenar el crecimiento de la nube, es
preguntarse si las actividades que están impulsando su crecimiento, contribuyen
a la creación de una sociedad democrática. Esta pregunta adquirirá nuevas
urgencias en la pandemia, a medida que nuestras sociedades se enreden más en
Internet. Sin embargo, es una cuestión que no puede ser resuelta sobre una base
técnica, no es un problema de “optimización” o eficiencia, como tratar de
maximizar la eficiencia energética en un centro de datos. Eso es porque implica
elecciones sobre valores, y las elecciones sobre valores son necesariamente
políticas. Por lo tanto, necesitamos considerar los mecanismos políticos necesarios,
para tomar estas decisiones colectivamente.
La política es necesariamente un
asunto conflictivo y habrá muchos conflictos que surjan en el curso de tratar
de descarbonizar y democratizar Internet. Por un lado, hay tensiones evidentes
entre el imperativo moral de mejorar y ampliar el acceso y el imperativo
ecológico de mantener los insumos energéticos asociados dentro de un rango
sostenible. Pero también habrá muchos casos en los que la restricción e incluso
la eliminación de ciertos usos de Internet servirán simultáneamente a fines
sociales y ambientales. Y primero, desde luego, habríamos de tener conciencia
de lo que ocurre.
Necesitamos visualizar y
construir una alternativa. Un proyecto sustantivo para descarbonizar y
democratizar Internet debe combinar la resistencia con la transformación, es
decir, transformar la forma en que Internet se posee y organiza. Mientras
Internet esté en manos de empresas privadas y se gestione con fines de lucro,
desestabilizará los sistemas naturales e impedirá la posibilidad de un control
democrático. La ley suprema del capitalismo es la acumulación por la
acumulación. Bajo tal régimen, de vulnerar cuanto hubiere de bien común y transformarlo
en propiedad privada (la sacrosanta propiedad privada), la tierra, el agua, el
aire y todo lo que se mueva entre ellos, es un conjunto de recursos a ser
extraídos, explotados, vendidos y no un conjunto de sistemas a ser reparados,
administrados y protegidos, para usarlos entre todos.
La transformación de esta realidad,
y la formulación de una nueva, implicará, por supuesto, un conjunto de luchas
mucho más amplio que las destinadas a construir un mejor Internet. Pero éste, a
medida que su tamaño y su importancia crecen a través de la pandemia, puede muy
bien convertirse en un punto central de lucha. En el pasado, ha sido difícil
que Internet inspire la movilización en torno a su sentido. Su actual forma
altamente privatizada, de hecho, se debe en parte a la ausencia de presión
popular. Las nuevas pautas de vida de la cuarentena conectada podrían invertir
esta tendencia, ya que los servicios en línea se convierten, para muchos, tanto
en una ventana al mundo como en un sustituto del mismo, un salvavidas y un
hábitat. Quizás ahora Internet sea un lugar que valga la pena luchar por
transformar, así como entenderlo, una herramienta para aquellos que luchan por
transformar el sistema.
Santiago, 30 de mayo de 2020.
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